TRADICIONES
LAS PELEAS DE TOROS
Durante muchos años, cada uno de los tres pueblos del Concejo
poseyó un toro propio utilizado como semental de las vacas del lugar. De
la antigüedad de esta práctica da fe el hecho de que en 1625 se adoptara
en concejo por los tres pueblos un "acuerdo sobre los toros", como
consecuencia de haberse muerto inesperadamente el del lugar de Espinama sin
contar con "bolsa" suficiente para reemplazarle. Pido y Las Ilces
aceptaron adelantar dinero del Concejo a los de Espinama, con la
condición de que en el futuro se les librara a ellos una cantidad igual.
Estos toros eran enviados a los puertos con sus vacas y de acuerdo con lo
estipulado en las Ordenanzas concejiles. Allí permanecían
mientras el tiempo lo permitía. Cuando las nieves llegaban y era preciso
estabularles, cada lugar bajaba su toro al edificio propiedad del pueblo donde
se le alojaba, conocido como "la cuadra del toro" o "la casa del
toro".
No sólo este edificio era "del toro". También contaba
-y cuenta- cada lugar con unos prados, llamados "prados del toro",
que, trabajados comunalmente en los días señalados al efecto,
suministraban la hierba seca de que se les mantenía en el invierno. Por
tanto, el mantenimiento de esos toros exigía una organización,
que se plasmaba en los concejos de lugar, a los que todos los vecinos
acudían.
Pero, además de trabajo, los toros eran también fuente de
diversión. Por una parte, las jornadas de convivencia entre los vecinos
cuando iban a los prados del toro originaban gratos momentos. Por otra parte,
además, todos los años se llevaban a cabo las "peleas de
toros", entre los toros de un lugar y los de los otros. Estas peleas
tenían lugar al principio de la primavera, generalmente el Domingo de
Pascua, celebrándose frecuentemente en Pido, por contar con sitios
llanos más aptos para ello, bien en El Cuérano-La Bolera bien en
Las Hazas.
Como se puede ver en la fotografía que se acompaña, gozaban de
gran aceptación entre los vecinos. Eran, además, una de las
manifestaciones de la rivalidad existente entre los pueblos de Pido y Espinama,
que querían mostrar su supremacía respecto al otro. Se llegaba,
incluso, en ocasiones, a emborrachar a los toros para acrecentar su
agresividad.
Estas luchas que pervivieron hasta la segunda mitad del siglo XX, han quedado
reflejadas en "La Voz de Liébana" del 10 de abril de 1907. La
noticia dice así: "
Se celebró en Espinama, el domingo de Pascua, una lucha entre los toros
de aquel pueblo y Pido, con apuesta de una gran merienda que concertaron varios
vecinos de ambos pueblos, obteniendo el triunfo el toro de Espinama
". Otros años, claro es, el ganador sería el de Pido. Y la
merienda, ofrecida por unos o por otros, prolongaba la fiesta vivida durante el
combate.
Uno de los últimos vencedores de estas luchas fue "Platillo",
un toro de Pido imbatible en las luchas con los toros de Espinama. Los de
Espinama le "tenían ganas" y empezaban a preparar la pelea con
mucho tiempo (recaudando dinero, por ejemplo, cuando los aguinaldos para poder
echar al suyo pienso), pero "Platillo" siempre ganaba.
La práctica desaparición del ganado autóctono (de raza
lebaniega, primero, y tudanca, después) y su sustitución por
otras razas, junto a la implantación de nuevas prácticas, como la
inseminación artificial, y el mayor individualismo implantado en la
sociedad supusieron la desaparición primero de las luchas de toros y,
después, incluso, de los toros comunales.
Estas luchas de toros, lejos de suponer, como alguien pudiera pensar,
una manifestación más de las torturas a los animales, no
hacían sino "regular" unos enfrentamientos que iban a tener
lugar de todos modos entre los toros, cuando se juntaran en los puertos y
trataran de determinar quién quedaba como jefe de la vacada. Organizando
la lucha en los pueblos se evitaban los riesgos de que en la pelea en el puerto
se dañara alguno de ellos o de que cayeran por algún precipicio.
De este modo, cuando subían al puerto ya sabían cuál de
ellos era más poderoso.
© Gabino Santos