En nuestros días lo religioso no está de moda. Confesarse católico, actuar como tal e ir a misa son cosas que no están bien vistas. Sin embargo, no hay que remontarse muy atrás en el tiempo para encontrarse una situación muy distinta, en la que las celebraciones religiosas contaban con la participación de casi todos y se vivían profundamente.
La fiesta de la Inmaculada Concepción, que se celebra el ocho de diciembre de cada año, es un ejemplo. Esta fiesta alcanzó gran esplendor después de la guerra, destacando la participación en la misma de las "Hijas de María". Incluso ya antes de la guerra, gozaba de ese esplendor. Como muestra reproduzco a continuación la noticia aparecida en el periódico "La Voz de Liébana" del 31 de diciembre de 1930, en la que el corresponsal en Espinama (firma con el pseudónimo "Valdecoro") relata la fiesta de ese año:
"Con verdadera solemnidad se celebró en este pueblo la fiesta de la Inmaculada. La iglesia estaba artísticamente adornada, luciendo sus más ricas galas.
El altar de la Virgen se veía lleno de flores y resplandeciente de luces, destacándose sobre un trono la imagen de la Santísima Virgen.
Las Camareras señoritas Carmen Salceda y Francisca Llorente estuvieron a gran altura, causando la admiración de todos por el gusto que derrocharon en el adorno del altar.
A las diez comenzó la misa parroquial. Nos arrodillamos a las plantas de la Virgen sin mancilla y las niñas, en dos filas, con sus medallas de la Asociación de Hijas de María, dan guardia de honor a la Inmaculada.
El coro de cantoras, dirigidas por la distinguida señorita Natividad de Celis, interpreta la misa de Ángeles, mientras nuestros corazones, con fervor, admirando las dulces melodías del canto y escuchando aquellas armoniosas voces que parecen voces de querubes que se habían dado cita en este iglesia para cantar al Señor. (sic)
El culto párroco, don Benjamín García, ocupa la sagrada cátedra, y después de elocuente panegírico de la Virgen Inmaculada, invita a las Hijas de María, a los niños y a los vecinos todos a que ofrezcan aquella comunión por los indianos hijos de Espinama y por los de toda Liébana, pidiendo en elocuentes términos una oración por la salud, prosperidad y bienestar de los que se hallan ausentes en lejanos países, siempre con el pensamiento en los seres queridos que aquí dejaron.
Llega el momento de la comunión. Mientras las cantoras entonan bonitos himnos, ordenadamente y de dos en dos, se acercan ochenta Hijas de María al sagrado banquete, resultando un acto realmente edificante.
Salimos de misa y en el pórtico de la iglesia se forman corrillos de hombres. Por curiosidad nos acercamos a ellos y todos hacían ponderaciones de la fiesta, elogiando entusiasmados al coro de cantoras de este pueblo.
Preguntamos sus nombres y nos dijeron que eran, además de la directora, de la que ya hicimos mención, las señoritas siguientes: Justina Martín, María Bedoya, Paz de Celis, Piedad Calvo, Carmen Salceda, Jesusa Campo, Gabina Santos y Refugio Salceda.
Vaya para ellas nuestra felicitación.
La fiesta de la tarde no desmereció en nada de la solemnidad de por la mañana.
Hasta aquí el texto publicado en "La Voz de Liébana".