Las primeras referencias históricas, es decir escritas, del Concejo de Espinama hay que buscarlas en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, el cual, con esta advocación y la inicial de San Martín, fue el gran centro espiritual y cultural de la comarca lebaniega durante la Edad Media.
Entre las escrituras más antiguas que se recogen en el Cartulario del Monasterio figura una, datada el 18 de octubre del año 796, en la que Pruello con sus hermanos y hermanas vende a los monjes de Villeña una heredad "cum omne accesu regresuque suo, pro eodem terminum de Petra Corbaria et per illas fontes et pro illa usa (sic) que uadit ad pradum et pro illa terra que discurrit...". Sánchez Belda, gran estudioso del Cartulario, indica en nota a pie de página que la palabra pradum podría, en realidad, ser Pidum y referirse a Pido. De ser certera esta apreciación sería esa la primera mención de alguno de los términos del Concejo y probaría que en una fecha tan antigua como esa del 796 ya estaba poblado.
La primera mención escrita segura que conocemos es bastante más posterior pues data del 26 de febrero del año 930. Se trata de una escritura del Cartulario de Santo Toribio de Liébana en la que figura como testigo Aloitus, presbiter de Espinama. Sólo dos años después se otorga una escritura de intercambio de sendas viñas en Turieno y Basieda; en esta ocasión quien aparece entre los firmantes es Auriulfus, presbiter de Neranco.
Es unos años después, el 13 de octubre de 961, cuando la mención a Espinama no es indirecta (vía firmantes). En esta ocasión, Froila Laínez y su mujer Eldozar donan cuanto poseen al Monasterio de San Martín y entre esos bienes figura "omnia nostra hereditatem in Espinama".
Vemos, pues, que ya en el siglo X, de confirmarse la posible mención de Pido, hay pruebas de la existencia de los dos mayores pueblos del Concejo (Pido y Espinama) y del Monasterio de Naranco. Quizás fuera éste el motivo de tan temprano poblamiento ya que, como se sabe, la fundación de monasterios fue una vía habitualmente utilizada en la Alta Edad Media para propiciar el repoblamiento de territorios deshabitados.
La primera mención de Las Ilces es bastante posterior. Aparece en un documento del 30 de junio de 1.183, referente a las posesiones que el monasterio de Santo Toribio tenía en los diversos pueblos. Otra escritura, de 1158, supone la primera mención cierta de Pido, que aparece como "alfoz de Espinama".
De la vida en estos territorios durante la Edad Media no sabemos mucho. Los demás documentos existentes no aportan grandes datos: la importancia ya de la ganadería vacuna; la poca utilización de dinero; la pobreza de algunas gentes, obligados a vender fincas para poder adquirir ganado; la existencia de algunos vínculos de dependencia respecto al monasterio de Santo Toribio (así, en el siglo XIV, el Monasterio tenía entre sus vasallos "en las Yrçes: fijo de Bizent. En Espinama: fijos de Pela Ivanes, el del Ortar, Pedro Asturiano; Domingo Pedrez") y, sobre todo, respecto a Don Tello, hijo del rey Alfonso XI, al que debían pagar cada año una infurción, además de doce maravedíes en el caso de Pido y cuarenta y ocho en el de Espinama en concepto de martiniega.
En el Concejo, como se deduce de las infurciones que pagaban a Don Tello, se cultivaba trigo, centeno y cebada, cereales, cuyo cultivo, pese a no ser la ubicación del Concejo muy apropiada, se realizaba por ser la economía dominante de subsistencia, debiendo procurarse su autoconsumo.
Por estos años, el Monasterio de San Juan de Naranco adquiere una creciente importancia. Si la presencia de sus presbíteros como testigos en el otorgamiento de escrituras mostraba que tenían una cultura (sabían firmar) y un cierto prestigio entre los habitantes de la comarca (derivado posiblemente de su condición de monjes), en 1206 una escritura atestigua que también gozaba de importantes posesiones materiales, que sobrepasaban los términos del Concejo (en ese caso, una viña en La Andecilla). Y esta importancia no dejaría de crecer, convirtiéndose en uno de los grandes señoríos de Liébana: en el Libro Becerro de las Behetrías del siglo XIV, se señala cómo compartía la mitad del lugar de Mogrovejo con Santo Toribio (la otra mitad, era de Don Tello) y lo mismo sucedía en Cosgaya; en Pembes también tenía un vasallo. Cada vasallo pagaba al Monasterio una infurción anual de tres panes cocidos (o seis) y una gallina "por el solar en que mora". A principios del siglo XV, en 1404 y 1405, sendas escrituras reflejan la extensión de las propiedades de Naranco: recibe de Santo Toribio una tierra en Congarna (que linda con un majuelo que ya era de Naranco -se trata pues de agrupar sus posesiones-) a cambio de otra en Valdebaró; y se intercambian dos viñas en Mus (junto a Congarna) por otras dos en Santibáñez.
Tras vicisitudes varias que llevaron, incluso, según parece, al abandono durante algunos años del Monasterio por los monjes, la atracción ejercida por sus importantes propiedades y rentas iba a ser origen de disputas por su posesión que acaban con su anexión, en 1629, al Convento de San Raimundo de Potes, anexión que va a ser origen de contínuos enfrentamientos y pleitos con el Concejo y vecinos, que temen que los nuevos dueños de Naranco les priven, por ejemplo, del disfrute de los prados de la Vega, que tradicionalmente, explotaba el Concejo repartiéndolos en adras entre todos los vecinos. Temen, también, algunos que llevan fincas que estaban sujetas originariamente a tributo a Naranco y que con las vicisitudes pasadas se han librado del mismo, verse nuevamente afectados por él. La consecuencia son numerosos pleitos (el primero entre 1628 y 1640) que van a llevar al Concejo a una delicada situación económica por los altos costos judiciales.
Por lo demás, son siglos en que se mantiene el carácter rural del Concejo y la economía de subsistencia que lleva a realizar cultivos para los que sus territorios no son los más aptos y, en los momentos de mayor presión demográfica, a roturar zonas de baja productividad. La ganadería, mejor adaptada al medio, tiene que compartir el terreno con esos cultivos. El complemento para conseguir los ingresos necesarios para la subsistencia viene del trabajo de la madera: se hacen carros y aperos de todo tipo, que son vendidos en otros puntos de Liébana pero, sobre todo, en Castilla, a cuyos mercados se llevan a vender, comprando cereales con los ingresos obtenidos.
La emigración, temporal unas veces, definitiva otras, es la salida para muchos. Castilla, Andalucía y las Indias son destinos principales. Algunos adquieren fortuna. Es el caso, por ejemplo, de Pedro Rodríguez de Cosgaya, en el siglo XVII, y de Alejandro Rodríguez de Cosgaya, en el XVIII, que establecen sendas obras pías a favor de su lugar de origen.
La invasión de la Península por los franceses y la consiguiente Guerra de la Independencia tienen en Liébana un importante foco, hasta el punto de que se la conoce como "España la chica". Los franceses ocupan Potes dieciocho veces y otras tantas son expulsados de allí. En esa resistencia Espinama juega un importante papel, no en vano en el edificio de la Obra Pía de Alejandro Rodríguez de Cosgaya se establece un hospital y almacén del ejército guerrillero.
Superado ese trance, la vida en el Concejo sigue sin grandes variaciones, aunque con la novedad de la introducción del cultivo de la patata, que tan importante iba a ser en adelante en la alimentación del espinamense. Sólo con el avance del siglo XIX, el descubrimiento de yacimientos mineros, de zinc, en Áliva y diversos puntos de los Picos de Europa, supone una alteración en el modo de subsistencia de los vecinos, que, no obstante, siguen mayoritariamente dedicados a las labores agrarias.
Los inicios del turismo, favorecidos por la presencia de los reyes Alfonso XII y Alfonso XIII que acuden a cazar (para ellos se instituyó la Reserva Nacional de Caza), que se traducen en la apertura de la pensión de Vicente Celis, no tienen aun gran repercusión. La emigración sigue siendo por ello la principal salida para una cantidad creciente de espinamenses que tiene ahora en América -Cuba, sobre todo- su principal punto de destino. Como consecuencia, la población disminuye.
Esa emigración se ve cortada por el estallido de la Guerra Civil. Espinama, por su pertenencia a la entonces provincia de Santander, queda dentro de la España que permanece bajo las órdenes del Gobierno republicano. Sin embargo, su situación limítrofe con la provincia de León en manos de Franco y los alzados con él- hace que se establezcan en su territorio milicianos encargados de evitar incursiones desde aquella provincia. Se construyen trincheras en diversos puntos (La Rasa, La Begerina...); se establecen controles en varios puntos así, en Hoyolosvaos- para evitar la incorporación de lebaniegos al otro bando; se obliga a parte de los espinamenses a desplazarse a otros pueblos, etc. Todo será en vano porque, tras la caída de Bilbao y la de Santander, los milicianos se retiran hacia Asturias, no sin antes incendiar Potes, la capital de Liébana, y bombardear Espinama desde las proximidades de los puertos de Áliva, dejando algunos heridos. Días antes saquearon la iglesia de San Vicente, destruyendo imágenes y robando algunas de especial valor, como unas "santinas" de marfil, procedentes de la Obra Pía de Alejandro Rodríguez de Cosgaya.
Los años de penuria y racionamiento que siguen, darán paso a un importante descenso de la población como consecuencia, nuevamente, de la emigración cada vez más numerosa. La construcción de la carretera, la progresiva dotación de nuevos servicios y, sobre todo, la instalación del Teleférico de Fuente Dé y del Parador Nacional de Turismo, no consiguen frenar la marcha en busca de mejores perspectivas de vida de gran cantidad de espinamenses.
Hoy, con una población notablemente envejecida, el turismo, con la ganadería de carne y las pensiones cobradas por los jubilados, constituye la principal fuente de ingresos de los espinamenses.