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CUENTO DE NAVIDAD



- ¡Por fin! Ya me falta poco.

Santiago acaba de coronar La Collá. Sabe que ahí abajo tiene que estar Cosgaya. Se abriga con la capa para combatir el frío aire que le viene de frente y, tras una breve mirada al paisaje que se le ofrece a la vista -en realidad, poco, porque la niebla se lo oculta en gran parte-, continúa su marcha, sobre la fina capa de nieve que cubre el suelo.

Pese al frío, una sonrisa ha aparecido en la cara de Santiago.

- ¡La alegría que se van a llevar, sobre todo madre!

Aprovechando el descenso, acelera el paso. Su corazón late aprisa, pero no por el esfuerzo sino por la emoción. Son trece años sin ver a su madre, a su padre, a sus hermanos, a su pueblo… Han sido trece años deseando que llegara el momento que se avecina; trece años que pasan por su cabeza por un momento. Recuerda cuando partió, cuando participó en aquella primera batalla, cuando vio morir a su lado a aquel leonés y a aquel vizcaíno… Pero Santiago corta estos recuerdos y los cambia por los de su madre, tan trabajadora siempre.

- ¡Cómo lloraba cuando me fui!

Atraviesa el Monte Oscuro, que se le hace más largo que nunca, sin apenas un respiro. En la oscuridad de la noche, echa una mirada a Las Ilces, donde algún perro le ladra, y se queda con ganas de visitar a viejos conocidos pero… ¡ya habrá tiempo! Lo importante es llegar a casa, a su casa de Pido, lo antes posible.

Sin embargo, al llegar a Espinama, oye cantar a lo lejos y se detiene a escuchar:

"Levántese el mayordomo
si en el santo templo está
coja el ramo a la doncella
y póngale en el altar.
El día de San Esteban
saldrá la rifa del ramo,
y lo que saquemos de él
a la Virgen se lo damos.
¡Oh portentosos prodigios!
para los hijos de Adán
que había de nacer el Verbo
de Belén en un portal…"

- ¡Anda! ¡Si hoy es Nochebuena! 24 de diciembre de 1745 -se dice- Entonces… están todos aquí.

Y así era. Allí, en el pórtico de la iglesia, todo el pueblo asistía al "canto del ramo", previo a la "Misa del Gallo".

Santiago se acerca poco a poco. Cuando llega junto al grupo, rápidamente busca a sus padres y hermanos. Los que están más próximos a donde se ha puesto le miran. Alguno, no le conoce. Las barbas y la larga melena que trae no ayudan mucho. Pero alguno sí le reconoce.

- ¡Santiago! ¡Has vuelto!

La voz corre rápido entre todos y, de repente, volviendo sobre sus pasos, aparece frente a Santiago su madre, María, que no puede contener las lágrimas. El abrazo en el que se funden emociona a todos.

- ¿Padre?

- Murió… -dice María, emocionándose aún más- Hace ya tres años.

Santiago baja la cabeza un momento pero pronto reacciona y sigue preguntando por sus hermanos.

- ¿Volvió Tomás?

- ¿No le has visto tú? Aquí no hemos vuelto a saber nada. Pensábamos que estaríais juntos.

- No. No nos llegamos a ver.

La conversación es interrumpida. La Misa del Gallo no puede esperar más y todos entran a la iglesia.

Mientras el cura, de espaldas, oficia la misa, María, desde su sitio con el resto de las mujeres en los bancos del medio, vuelve varias veces la vista al coro, buscando a su hijo. Y, tras verle, levanta los ojos al cielo y da gracias. Su hijo, un hijo que ya daba por muerto, ha vuelto. El ¡aleluya! salió de su corazón, en aquella Misa de Gallo, más lleno de sentimiento que nunca.


Relato de ficción inspirado en el artículo histórico "Soldados espinamenses en los ejércitos del Imperio", en concreto, en el caso de María Briz que en 1742 declaraba que dos hijos suyos, Tomás y Santiago, llevaban en el ejército muchos años, sin saber si seguían vivos.

© Gabino Santos Briz, 21/12/2010