Imagen
Imagen


Imagen
LAS NEVADAS DE MI NIÑEZ EN MI PUEBLO

De chicos en el concejo de Espinama nevaba mucho, pero mucho es muchísimo... Se tenían que hacer sendas en la nieve que eran nuestras calles en invierno; tenían el ancho de una persona de frente, es decir, 40 o 50 centímetros, eran profundas, tanto que las personas mayores en determinados lugares de la calle igual quedaban al ras con el plano de la nevada y por supuesto los chavalines quedábamos totalmente tapados dentro de lo que aquí decíamos hacer "huella" y no era sólo por la caída del cielo (es que se descargaban los tejados para que no hundieran y era tirando a la calle), para comunicar nuestras casas con: leñeros, cuadras, pajares, escuelas, iglesias, bares que eran nuestros supermercados de la época. Allí se vendían chatos de vino, cervezas, bebidas blancas como los orujos lebaniegos que toda casa debía tener, coñac, etc, no recuerdo como ponían el café, puesto que entonces no había máquinas expresas, serían de puchero y estoy por imaginar que no se pedían demasiado. Pero después de esta función tenían muchas más: del techo colgaban albarcas, corizas, chirucas, chorizos y longanizas en varas largas, tambien en la bodega había cubas para vender a garrafas o garrafones el vino para el mes de la hierba, la romería, la Navidad y los mataciles del cerdo que por Espinama coincidía todo seguido, matanzas, romería, aguinaldos, Navidad, etc. Vaya, en diciembre se solían matar y destazar, hacer chorizos y morcillas, preparar los jamones, brazuelos, espinazo, huesos de la cabeza, en maseras tapado todo con sal gorda para curar. Tambien tenían para vender aceite en unos bidones muy grandes, creo de 100 litros para vender por botellas con un sistema de bomba cuyo cuerpo de cristal tenía las rayas de las medidas a servir y se podía ver el color del producto. Por otro lado y en bolsas de papel marrón te vendían por kilos el arroz, azúcar, harina, judías y garbanzos cuyas cantidades eran pesadas en una preciosa báscula blanca que estaba sobre el mostrador con una plataforma amplia y un frontal a dos caras donde a través de un cristal y muy parecido a un dial de una radio y en formato de media luna una aguja grande y roja fuerte recorría los 100, 200 gramos, etc, hasta llegar a los mil y moviendo un mando de su izquierda hacía que fuera para más kilos el mismo aparato. La caja era un cajón; tambien en estanterías había latas de conservas de dos tipos, verduras o pescado y en otra cajas de zapatillas de bamba, alpargatas y en verano playeras Victoria o parecidas, alcohol y agua oxigenada, esparadrapo y algodón, tambien mercromina alguna caja de aspirinas u optalidones, tabaco...

Todo aquello tenían aquí los bares, llamados también tabernas; por tanto era un lugar de obligado tránsito. Solía haber un ramal principal desde cada barrio hasta la carretera y plaza, pues si la quitanieves podía abrir la carretera, pero casi siempre tarde, o sea, después de 15 o 20 días aislado y porque allí estaba el buzón de correos, ya que antes no había teléfono en Espinama ni fijo ni móvil, ni tan siquiera público. Por eso desde cada puerta de cada casa salía una huella a empalmar con esta principal y sus edificaciones e incluso huertos para coger algún repollo bajo la nieve por ser la época y, cómo no, con el cubil de los cerdos para llevarles la labaza cada día... Por las noches el suelo de la huella se helaba y al día siguiente todo eran resbalones y caídas y de los tejados bajaban unos chupones de hielo hasta el suelo de varios kilos de peso y que rompíamos para chupar, eran auténticas estalactitas y estalagmitas. En esa nieve jugábamos los niños a guerras de bolas de nieve y con los esquíes que nos hacían de madera de abedul con unas albarcas clavadas en ellos íbamos a esquiar los de Espinama a Pares y los de Pido a Conciellas o al Rieru... No teníamos frío, decíamos, pero cuando las manos poníamos a calentar a la lumbre ¡joer cómo dolían!

En fin, aquella nuestra infancia en invierno.

Chuchi Quina, 19/10/2017

© Gabino Santos, 2023