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No nacieron en el Concejo de Espinama, ni ellos ni sus padres o abuelos. No se casaron con alguien vinculado al Concejo. Tampoco el trabajo los trajo aquí. Simplemente, un día conocieron estas tierras y se enamoraron de ellas hasta el punto de echar raíces, en forma de casa. Son...

ESPINAMENSES ADOPTIVOS



El doctor Picatoste es el primero de ellos. Madrileño de nacimiento, Julio Picatoste Patiño ejerció en el Hospital Valdecilla de Santander, siendo jefe de su Servicio de Urología durante 35 años. Hacia 1950 conoció Espinama y los Picos de Europa, quedando encantado. Tras frecuentes visitas, al principio de la década de 1970 se planteó, junto con sus cuñados, construirse una casa, pensando inicialmente en Igüedri como lugar para ello, si bien finalmente acabó haciéndola en El Campo, en las proximidades de Fuente Dé. Desde allí siguió realizando sus marchas por los caminos del Concejo y por los Picos, y relacionándose con las gentes de Espinama. Su conocimiento de esta zona hizo que el Ministerio de Información y Turismo le encargara el texto en inglés de un folleto sobre los Picos de Europa de los primeros años 1960. El doctor Picatoste murió en Santander en enero de 1997.

Hacia 1969 es José Luis Gortázar, vizcaíno, quien conoce Espinama. El colegio en el que estudia ha organizado un campamento en Naranco. Recuerda José Luis que la primera vez que vió Picos no se veía nada ya que estaba la niebla metida pero, de repente, un claro dejó ver la caseta de arriba del Teleférico y, después, Remoña. «Fue un flechazo», dice como resumen de lo que experimentó.

José Luis y Susana
Desde entonces, en cuanto puede, prácticamente todos los años vuelve. Primero, como profesor en el mismo colegio, con los campamentos. Después, ya sólo, quedándose aquellos primeros años en Casa Máximo, la única fonda que había, y después, a medida que hay nuevos hostales, se va quedando en todos con una cierta predilección por el Remoña. Son, aquéllos, años en los que mantiene una gran relación con los trabajadores del teleférico, que le orientan en sus rutas y están pendientes de él. De hecho, incluso, llega a compartir alguna noche con el que quedaba en la estación de arriba.

En abril de 1984, José Luis sufrió un grave accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Cayó por la nieve en Remoña, rompiendo los dos tobillos y el coxis y sufriendo pequeñas heridas en la cabeza que requerirían algunos puntos. Afortunadamente, no le quedaron secuelas ni físicas ni psicológicas, volviendo pronto al contacto con sus Picos. Hoy presume de haber ascendido a todos las cumbres de los macizos central y oriental de Picos.

En 1990 conoce a Susana, con quien comparte desde entonces su amor por esta tierra hasta el punto de haberse casado en Santo Toribio y de que, cuando en 1998, se enteraron de la venta de una finca en Las Hazas, en Pido, no dudaron en comprarla. En ella levantaron la casa a la que vienen siempre que sus obligaciones en Madrid, donde viven, se lo permite.

De su integración en el Concejo son buena prueba los relatos con que nos deleita Susana, tales como el de Noche de Reyes o el de "Al acecho".

José Alberto y Mariaje en los años 1970, con Pido de fondo
También siempre que pueden acuden a su casa en Pido, María Jesús y Javier. Santanderinos, su primer contacto con Liébana se produce prácticamente al mismo tiempo que el de José Luis. Es en 1970 cuando el movimiento scout del Club Juvenil Uno, ligado a la rama juvenil de Acción Católica, al que pertenecían, organiza un campamento en Tama desde el cual visitan, entre otros lugares de Liébana, Áliva y su mina. El campamento se repite en los años siguientes en Tama y en Lebeña.

Javier, Mariaje y J. Alberto, el día de S. Roque 2010
Áliva, y Liébana toda, les encanta desde el primer momento. Tanto es así que Áliva es el lugar elegido en 1972, cuando se casan, para pasar los cuatro días de su viaje de novios. Y Liébana es la zona en la que, en 1978, deciden buscar casa para pasar las temporadas que puedan. Para esta búsqueda preguntan a Vicente, de Las Ilces, a quien conocían y de quien eran amigos desde su primera visita a la Mina, quien les ofrece dos, una en Cosgaya y otra en Pido, pueblo éste que solo conocían desde la carretera y lo recordaban con sus chimeneas ahumando. Tenían miedo de la niebla por la altura, pero Vicente les dijo que la niebla se puede agarrar más en Cosgaya. Visitan la casa de Pido, que estaba en mejores condiciones que la de Cosgaya, y la ven arreglada y con baño y les gusta, así que se ponen de acuerdo en alquilarla con la condición de que tendrían que dejarla cuando volvieran los propietarios, Lisa y su familia, residentes en Estados Unidos.

En esa casa de Pido pasan, junto con su hijo, José Alberto, muchos ratos durante años, hasta que, por la condición del alquiler, deben dejarla. Es entonces cuando buscan otra en el mismo Pido y compran la casa de Ceta que reformarán y convertirán en "La Osa" en 1991. De su enraizamiento con Pido da fe el hecho de que José Alberto hable de él como "mi pueblo".

También se siente de Pido José Hoya, hasta el punto de que es conocido en los juzgados de Santander como "el juez de Pido". Madrileño de nacimiento, su contacto con el Concejo es un poco más reciente en el tiempo que el de José Luis y el de María Jesús y Javier. Data de 1976 cuando viene a pasar su luna de miel al Parador de Fuente Dé. Conocer estos territorios y enamorarse de ellos es todo uno y José comienza a frecuentarlos siempre que puede, hasta el punto de que hacia 1992 se hace con una casa en El Otero, en Pido.

Ir a Pido, desde entonces, ha sido para José algo imprescindible. Da igual que sus trabajos le hayan llevado a lugares distantes de España o del extranjero (durante un tiempo trabajó para una multinacional suiza). Pido llamaba. Y así, más fácilmente cuando estaba en Guipúzcoa o ahora en Santander, o con más complicaciones cuando estaba más lejos, los desplazamientos a Pido no han faltado nunca. Recuerda, por ejemplo, cómo, cuando estaba destinado en Barcelona, cada quince días se pegaba auténticas "palizas" por ir al pueblo: el viernes, avión de Barcelona a Valladolid, donde tenía el vehículo con el que iba a Pido y con el que volvía hasta Valladolid el domingo para coger el avión hacia Barcelona.

Ahora, de hecho, José va todos los fines de semana ("incluso en invierno, con nieve, aquí estoy", dice). Tiene, además, desde hace ya unos cuantos años, un invernadero y huerto en el que cultiva diversos productos con los que elabora platos de lo más variados en lo que es otro de sus grandes entretenimientos, la cocina.

Aparte de su amor por esta tierra, José Luis y Susana, Mariaje y Javier y José comparten otro: la fotografía, contando con un amplio muestrario de paisajes y gentes del Concejo.

Como vemos, José Luis y Susana, Mariaje, Javier y José Alberto y José son auténticos espinamenses y lo son por elección, porque un día se enamoraron de esta tierra y decidieron enraizar en ella.

© Gabino Santos